La alquimia del científico social consuma la transmutación de cualquier fragmento de actividad ordinaria e insignificante en un fenómeno iluminador de los más profundos afluentes de la realidad social. En esta proeza de la interpretación, las categorías de la teoría social han sido instituidas por los clásicos, dando forma a un pensar conceptual que busca dar cuenta de lo individual y de la sociedad a partir de lo social, es decir, aprehendiendo el problema del orden, de la acción y de la interacción. Dicho corpus conceptual es dotado de sentido a partir de los referentes empíricos de la realidad social que describen y contienen.

Algunas de las principales categorías han sido el género, inseparable del concepto de grupo humano; el tiempo, base del concepto de ritmo de vida social; y el territorio, sustrato espacial de la sociedad (Durkheim, Las formas elementales de la vida religiosa). El objetivo de esta comunicación será revisar el tratamiento que los autores fundacionales de la sociología han dedicado a la última de las categorías enunciadas por Durkheim, el territorio, por cuanto “debe considerarse como uno de los fundamentos de nuestra experiencia [social]” (Parsons, Estructura de la acción social). Como podremos corroborar, el concepto experimentará un ensanchamiento en sus márgenes semánticos. Pasará de referir exclusivamente al espacio de la totalidad social abarcado por el estado –Marx, Durkheim, Weber, Parsons-, a estar dispuesto para describir distintos niveles de la realidad social, permitiendo analizar a través de él acciones interpretativas, situaciones de interacción recíproca intersubjetivas, relaciones cotidianas –Simmel, Mead, Blumer, Goffman, Schutz, Luckmann, Garfinkel, Giddens.