Este es un escrito sobre la comida, en particular lo que ha significado prepararla y venderla para grupos familiares salvadoreños y hondureños, en la pequeña urbe fronteriza de Ciudad Hidalgo, Chiapas, México.

En las siguientes líneas analizaré, los vínculos entre la comida y la experiencia de habitar en México, averiguando: de qué maneras esta actividad ha permitido mitigar recuerdos de su migración forzada, su experiencia de inmovilidad territorial, así como modificado sus imaginarios de progreso, por el simple hecho de llegar a los Estados Unidos.

Creo, que parte de las respuestas a estas interrogantes tiene que ver con su sentido de habitar y la aceptación de su comida en los paladares mexicanos. Se trata de un habitar nómada, que siempre alberga la esperanza de tener una vida mejor en otro lugar. A diferencia de otras personas migrantes de los países de origen de estas familias, el hecho de saber cocinar y vender, ha permitido que las interacciones sociales y de vecindad que entablan con la población local, sean, hasta cierto punto, horizontales y sin imposiciones culturales. A ese proceso yo lo llamaré interculturalidad.

Su sentido de habitar en esta ciudad no corresponde a un proceso de adaptación institucionalizada del migrante, a través de las normas y valores de los Estados nación. El hecho de cocinar y vender comida de sus lugares de origen y ser aceptados así, ellos lo verbalizan como un suceso que les ha permitido mantener su identidad nacional sin ser estigmatizados por eso.